Las crisis son puntos de transición en el crecimiento o proceso evolutivo de toda forma viviente. Son eventos de choque entre el pasado y el futuro, por lo general experimentados en forma dolorosa. Son indicadores de cambio, en el doble sentido de la expresión: porque nos muestran que algo en nosotros y en nuestro entorno está cambiando, y porque nos muestran la necesidad de cambiar y de adaptarnos inteligentemente a las nuevas circunstancias.
Las crisis son dolores de parto. En una verdadera crisis necesariamente algo muere en nosotros, pero es porque algo más vivo y radiante pugna por salir. Alguna vez vi una película en la que mostraban en detalle lo que ocurre en una serpiente cuando muda de piel. El animal se refugia en un lugar especial, dentro de ciertas condiciones ambientales, y en forma casi ritual se desprende de sus antiguas vestiduras, cada vez más endurecidas y resecas. Simultáneamente aflora su nueva piel, seguramente al principio sensible y delicada, pero a la postre más flexible y adecuada para los nuevos desafíos. Cuando algo interno pugna por encontrar expresión en nosotros, estemos seguros de que es porque algo ha muerto ya en nosotros, porque un pasado empieza a quedar atrás. Y cuando aceptamos esa muerte, estamos propiciando el nacimiento de algo nuevo y más vigoroso. Richard Bach afirma bellamente que cuando una puerta se cierra en el universo es porque otra se ha abierto. Más allá de toda crisis, debidamente enfrentada y superada, se encuentran nuevos niveles de conciencia y de realización.
El hecho de comprender que la crisis es síntoma de crecimiento no nos exonera de darle la prioridad que merece. Al contrario. Si miramos con verdadera sensibilidad interna lo que ocurre a nuestro alrededor, vemos que es evidente que la crisis actual es grande. El dolor sigue visitando a muchos hogares y personas, bien sea en forma de penurias económicas, de agudas dificultades emocionales y afectivas, o de terror e incertidumbre ante flagelos como el secuestro, la guerrilla o la corrupción. Es palpable igualmente el "hambre espiritual" debido muchas veces a un marcado materialismo o a la falta de contacto con personas o autores que ejemplifiquen los valores superiores. Ante tal hecho, ante todo debemos hacer nuestra la plegaria de los Grandes Seres: "Conozco Oh Señor, la necesidad. Conmueve nuevamente con amor mi corazón, para que también yo pueda amar y dar".
En una sincera búsqueda de soluciones y aportes tangibles, debemos aprender a mantener la mirada en aquello que está más allá de las crisis. Hay que tratar de escuchar el mensaje que el universo nos envía a través del dolor
Cuando más densa es la oscuridad es cuando más cercana está la luz. La hora más oscura es el preámbulo al milagro de la luz.
Que la confianza en el universo y en sus fuerzas restauradores nos permita hacer nuestro otro pensamiento-plegaria de la sabiduría eterna: "Que el dolor traiga la debida recompensa de luz y de amor.
Que el alma controle la forma externa, la vida y todos los acontecimientos, y traigan a la luz el amor que subyace en todo cuanto ocurre en esta época".
Fraternalmente en la luz del amor
Miccael Sais
1 comentario:
que bonito lo que dices, yo estoy ahora mismo en un proceso de dolor y se que está todo cambiando, pero a veces me duele mucho y lo miro, miro pasar el dolor, no lo tengo miedo, para nada, soy fuerte
un saludo y te sigo leyendo, me gusta tambien esa mujer cantando, te voy a leer entero el blog.
un saludo cordial de marvision
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