El conocimiento es uno pero con múltiples senderos que es lo mismo que decir que cada uno tiene un trocito de verdad y que entre todos los cristales formamos un espejo entero. Las verdades no son absolutas, ni fijas e inmutables pues cambian con los cambios de la vida, cambian con la óptica del observador, cambian desde la dimensión que la contemplas. Ahora bien, es evidente que hay verdades más permanentes que otras, más globales o más profundas a las cuales se dirigen los buscadores.
De todo podemos extraer una lección, podemos aprender de la nube, del árbol, de una fórmula matemática, de la historia, de nosotros mismos, por supuesto. Pero no se trata en el fondo de una acumulación de conocimiento sino del arte de vivir. Ser sabio en las leyes de los cambios para fluir con la vida, para no ir a contracorriente, para estar en paz. Hesychia, esa paz a la que aspiraban los Padres del desierto.
En ese aprendizaje de por vida no puede ni debe haber ambición pues nos convertiríamos en estrictos eruditos o mercaderes de las ciencias. No aprendemos sólo con el raciocinio sino con todo el cuerpo, con los sentidos a flor de piel, con la analogía, la experiencia y con la curiosidad. Y es esa curiosidad que mantiene el espíritu del niño que nos hace, con el tiempo, convertirnos en sabios, porque la sabiduría no es tanto la ilustración del conocimiento como (alguien humilde dijo) la buena administración de la ignorancia.
Desde esta posición la estrecha luz de la razón no puede iluminar los confines del universo, así el místico siente que vive en el misterio y que el misterio duerme dentro y fuera de sí mismo. Es vana la pretensión de querer dar respuesta a todo lo que nos rodea porque cada pregunta y cada respuesta abre nuevos interrogantes. El sabio lo sabe y no intenta responder sino sacar fuerzas de ese misterio para estar despierto, para asombrarse del mismo acto de ser.
El reto es aprender de todo, la triste realidad es que no podemos aprender mucho porque el conocimiento es ilimitado. Esta comprensión nos posibilita una actitud de estar abierto a todo, adonde la vida nos lleve, alumbrado a veces por los libros, por tal o cual enseñanza pero haciendo que la propia experiencia sea la verdadera maestra. Ubekkha es la ecuanimidad necesaria ante las experiencias de la vida, abrirse más y más a lo que la vida nos traiga.
Asombrarse del más pequeño insecto, de la minúscula brizna de hierba es reconocer con humildad el plan divino que hay escondido en todo lo que vive, y esa inteligencia superior que nos secunda es a donde apunta esta vía de realización.
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