Todo es un permanente misterio y llama la atención a los ojos de un niño: una piedra, una hoja, una hormiga, un amigo…Todo es por lo tanto valioso y digno de ser observado y valorado. En un mundo en donde todo es valioso, la vida se convierte en un deleite. Y quizá sea esta la razón por la que la niñez demuestre ser la etapa más propicia para aprender y ser felices.
El mecanismo de calificaciones, premios y castigos, ha corrompido nuestra mente a tal punto de estar convencidos de que "somos valiosos porque sabemos" cuando en realidad lo valioso es mantener el "estado de no saber" (aún sabiendo), para estar siempre en condiciones de descubrir algo nuevo. Este estado de no saber no es obviamente una forma de resignación frente a la ignorancia sino por el contrario, la conjunción de un corazón ardiente y de una mente humilde que sabe aprender sólo lo que le corresponde en cada instante.
El "yo solo sé que no sé nada" ("vacío socrático", "vacío iluminado" o "inocencia") , nos hace "felices sin motivo", liberando al bienestar de su dependencia psicológica con los objetos o las circunstancias. La "pre-ocupació n" por el contrario (característica de una adultez corrompida por el temor y el prejuicio), nos desarraiga de aquel estado puro e ideal. El desarraigo comienza cuando el educador, ignorante del mundo interior del niño, aplasta su identidad y potencial creativo, obligándolo a memorizar realidades externas que el estudiante no siente unidas a su vida y no sirven de espejo a su virtud, "adulterándolo a medida que crece", en lugar de ayudarlo a "crecer hacia la adultez".
Daniel Barranco en Revista "La Fraternidad"
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