sábado, 30 de enero de 2010

Como y cuando competir


por Jorge Bucay

El autor opina que "no existe" la llamada sana competencia y que es una falsa justificación de la distorsión de nuestra sociedad.

Hablábamos hace una semana de la creciente sensación de intimidación y violencia en la que vivimos. Esto nos hace vivir en una situación de estrés crónico que amenaza nuestra serenidad y, sobre todo, nuestro desempeño laboral, nuestra vida afectiva, nuestro tiempo de reponer energías en el encuentro distendido con amigos o la familia.

Sabemos y hemos confirmado que la primera respuesta de nuestra sociedad, que es la de aumentar la respuesta represiva para volverla una amenaza a los actos de los violentos, no ha dado resultados satisfactorios y aseguro que no los dará en el largo plazo. La ayuda que la corrección de las leyes puede aportar es indispensable, pero no es suficiente. La actitud de ignorar a los antisociales en la supuesta esperanza de que al verse excluidos modifiquen su actitud parece ingenua y peligrosa para nuestra integridad. Nos encontramos, pues, en lo que parece un callejón sin salida.

A veces, cuando la seriedad del pensamiento academicista no alcanza, el humor viene en nuestra ayuda. Decía el genial humorista Landrú en la desaparecida revista Tía Vicenta: "Cuando esté en un callejón sin salida, no sea tonto, salga por donde entró".

Si la idea planteada, de la génesis del problema a partir de un desvío de la transmisión cultural, viene aunque sea algo de verdad, parece obvio que el camino de la solución deberá empezar poniendo el acento en la educación que le damos a nuestros hijos.

Y como casi todas las cosas, en educación, cuanto antes mejor.

No me refiero tan sólo a la educación formal de la escuela primaria, me refiero a todos los niveles.

Hablo de la responsabilidad de los padres, de los docentes de secundaria, de los profesores universitarios, de los empresarios, de los artistas y de los dirigentes.

Hablo de trabajar juntos para atacar los condicionamientos de las pautas de éxito comparativo que condicionan nuestra conducta desde el mercado laboral, social, familiar y espiritual.

Hablo de la escuela, del periodismo, de la familia, de la pareja, de la televisión, y del arte. Hablo de terminar de una vez y para siempre con la idea de la "sana competencia"; acomodaticia y falsa justificación de esta distorsión de nuestra sociedad. Para mí no existe la "sana" competencia, he aprendido que no es imprescindible y que difícilmente se obtenga de tal sanidad algo saludable.

Y si debemos aceptar que existe en nosotros una tendencia innata a la comparación con otros, dejemos esos aspectos limitados al deporte. Sólo en ese entorno la competencia puede transformarse en un juego liberador de comparación de habilidades y recursos. Sólo a través del deporte se podría sublimar este aspecto nefasto. Una diversión momentánea que nos permita volver a nuestro mundo cotidiano sin necesidad de demostrar que soy capaz de correr más rápido que nadie por la avenida costanera después del estúpido triunfo de beber más que ninguno.

Hasta la choza de un viejo maestro llegaron los ancianos del Consejo de un antiguo pueblo. Venían a consultar al sabio sobre un problema del pueblo.

Desde hacía mucho y pese a todos los esfuerzos del Consejo, los habitantes habían empezado a hacerse daño. Se robaban unos a otros, se lastimaban entre sí, se odiaban y educaban a sus hijos para que el odio continuara.

-Siempre hubo algunos que se apartaban de la senda -dijeron los consejeros-, pero hace 10 años comenzó a agravarse y desde entonces empeoró mes a mes.

-¿Qué pasó hace diez años? -preguntó el maestro.

-Nada significativo -dijeron los del Consejo-. Por lo menos nada malo. Hace 10 años terminamos de construir entre todos el puente sobre el río. Pero eso, sólo trajo bienestar y progreso al pueblo.

-No hay nada de malo en el bienestar -dijo el sabio-, pero sí lo hay en comparar mi bienestar con el de mi vecino. No hay nada de malo en el progreso, pero sí en querer ser el que más ha progresado. No hay nada de malo en las cosas buenas para todos, pero sí en competir por ellas. La solución es un cambio de sílaba...

-¿Cambio de sílaba? -preguntaron los del Consejo.

-Debéis enseñar a cada uno de los habitantes del pueblo que si a la palabra competir le cambian la sílaba central PE, por la más que significativa sílaba PAR, se crea una nueva palabra: comPARtir. Una vez que todos hayan aprendido el significado de compartir, la competencia no tendrá sentido, y sin ella el odio y el deseo de dañar a otros será sepultado para siempre.

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