lunes, 12 de agosto de 2013

Los niños nos hablan y motivan a evolucionar

 
 
Observando la evolución de cualquier sistema, siempre en algún momento estos sufren períodos de inestabilidad o crisis. Por ejemplo, un ecosistema, el sistema económico, de salud, el sistema familiar, el sistema interior de una persona, en algún momento atraviesa periodos de caos. En estos momentos los organismos que lo conforman se ven en la disyuntiva de cambiar para adaptarse al entorno diferente y con ello alcanzar niveles más altos de organización o evolución, o bien, resistirse y permanecer en el viejo estado y con ello posiblemente extinguirse.
 
Observando desde esta perspectiva, las crisis no son negativas, sino que nos ponen frente a la posibilidad de estar mejor. Pero es cierto también que una parte nuestra puede sentirse amenazada y por eso tenderá a resistirse para mantener el estado habitual.

En nuestra cultura el error, el equivocarse, un tropiezo en el camino, es visto como algo que no debía haber pasado y que no debería volver a pasar. Nos han enseñado desde pequeños que los momentos de dificultad son un error que debemos evitar, No te caigas”, “no toques ahí”, “¿cómo se te cayó eso?”, “¿por qué no me pediste que yo lo haga?. Así crecimos, temiéndole a equivocarnos y fracasar en vez de ver estos procesos como parte INTEGRAL de nuestros aprendizajes.

Es por eso que ante los momentos críticos el primer impulso que aparece en nosotros es querer evitarlos, taparlos, salir de ellos lo antes posible para volver al estado habitual, perdiéndonos así la posibilidad de aprender, crecer y evolucionar.
 
Cuando atravesamos una crisis, tenemos ante nosotros la posibilidad de un cambio. Las crisis y los llamados fracasos, tienen una gran misión: Hacernos más conscientes.
 
Hoy quienes están propiciando y generando crisis, y por ende, abriendo puertas al cambio y una mayor conciencia, son los niños. Estos pequeños seres proponen dos opciones: cambia y evoluciona, o bien, extínguete.
 
Los niños nos hablan a través de sus síntomas
 
Hoy en día vemos cómo los niños se manifiestan, y nos están hablando, a través de sus crisis manifestadas en síntomas como malos comportamientos, rebeldía, agresión, hiperactividad, apatía, aburrimiento. Estos son síntomas de una enfermedad en su campo emocional-espiritual; si estos síntomas persisten y dejan de ser atendidos y solucionados desde la real causa, el niño incluso llega a enfermar en su cuerpo físico.
 
¿Y qué hacemos nosotros ante estos síntomas? Aquí nuevamente filtramos lo que vemos desde nuestros patrones heredados de nuestra infancia y cultura: ante la aparición de un síntoma, lo primero que surge es el rechazo. En vez de intentar comprenderlo y aprovecharlo para conocernos aún más y conocer aún más las reales necesidades del niño, los queremos evitar como sea.
 
En este caso se ve al niño como el portador y responsable de un problema. Es un niño rebelde o destructivo porque sí, porque le gusta ser así… Este problema debe ser solucionado abordando al niño con herramientas pedagógicas y psicológicas; y si perdura el conflicto, puede incluso llegarse a medicar al niño.
 
Si se llega a la instancia de utilizar medicación alopática deben saber que solo se apacigua o suprime dicho síntoma. En realidad de esa manera nunca se resuelve el verdadero conflicto. Este aflorará de nuevo por el mismo u otro sitio, o buscará otras maneras de expresarse, y muchas veces lo hará con más intensidad.
 
Esta forma de reacción se ve en la medicina actual pero también se distingue en muchas escuelas de hoy cuando evalúan y catalogan a los niños como enfermos o problemáticos sin tener en cuenta qué podrán estar diciéndonos más allá de lo que en la superficialidad se ve.
 
Los síntomas en los niños hablan de un malestar interior. Nos dicen que al niño, en su interioridad, le falta algo, no se siente o no está completo.
 
Los niños no nos permiten estancarnos en situaciones involutivas, insanas, inarmónicas. Ellos constantemente nos mostrarán, siendo un espejo, aquellos lugares donde estamos impidiendo el crecimiento. Tanto en la familia como en el sistema educativo o de salud, la sociedad en general tiene la posibilidad de evolucionar de la mano de las crisis que los niños HOY nos están mostrando. 
 
Esta evolución se dará siempre y cuando intentes descifrar el real motivo de las crisis, y desde allí, se produzcan cambios genuinos.
 
Por dónde se empieza
 
Se empieza por reconocer que lo que estamos viendo es la superficie, que nos resta ver la profundidad. Sin obnubilarnos con la forma, tratamos de ver el contenido de ella. En la práctica sería: ante un comportamiento insano, despersonalizarlo del niño. Es decir, considerar que este nos está hablando de algo más que no puede verbalizar o manifestar de una forma más sana. Entonces aquí buscamos la causa posible y abordamos dicha causa, y no el síntoma. 
 
Usamos el cambio de estrategias de aquello que lleva al niño a ser de determinada manera, para que como consecuencia, esto le proporcione la armonía que antes le había quitado.
 
Resumiendo, el niño está manifestando los síntomas de un mal funcionamiento de una parte de su vida que lo afecta en su totalidad. Nos avisa que hay algo que le FALTA, y que volverá a la armonía solo si eso que falta es incorporado y equilibrado. Y para incorporar lo que falta, hay que mover lo que hay, hay que cambiar prioridades, soltar cosas viejas, agregar cosas nuevas. En definitiva, los niños nos obligan o nos invitan a cambiar nuestro estado de conciencia y la vida que llevamos a raíz de ello.
 
Abrazos fraternales

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