Observando la evolución de cualquier sistema,
siempre en algún momento estos sufren períodos de inestabilidad o crisis. Por
ejemplo, un ecosistema, el sistema económico, de salud, el sistema familiar, el
sistema interior de una persona, en algún momento atraviesa periodos de caos.
En estos momentos los organismos que lo conforman se ven en la disyuntiva de
cambiar para adaptarse al entorno diferente y con ello alcanzar niveles más
altos de organización o evolución, o bien, resistirse y permanecer en el viejo
estado y con ello posiblemente extinguirse.
Observando desde esta perspectiva, las crisis no
son negativas, sino que nos ponen frente a la posibilidad de estar mejor. Pero
es cierto también que una parte nuestra puede sentirse amenazada y por eso
tenderá a resistirse para mantener el estado habitual.
En nuestra cultura el error, el equivocarse, un tropiezo en el camino, es visto como algo que no debía haber pasado y que no debería volver a pasar. Nos han enseñado desde pequeños que los momentos de dificultad son un error que debemos evitar, “No te caigas”, “no toques ahí”, “¿cómo se te cayó eso?”, “¿por qué no me pediste que yo lo haga?”. Así crecimos, temiéndole a equivocarnos y fracasar en vez de ver estos procesos como parte INTEGRAL de nuestros aprendizajes.
Es por eso que ante los momentos críticos el primer impulso que aparece en nosotros es querer evitarlos, taparlos, salir de ellos lo antes posible para volver al estado habitual, perdiéndonos así la posibilidad de aprender, crecer y evolucionar.
Cuando atravesamos una crisis, tenemos ante
nosotros la posibilidad de un cambio. Las crisis y los llamados fracasos,
tienen una gran misión: Hacernos más conscientes.
Hoy quienes están propiciando y generando crisis, y
por ende, abriendo puertas al cambio y una mayor conciencia, son los niños.
Estos pequeños seres proponen dos opciones: cambia y evoluciona, o bien,
extínguete.
Los niños nos hablan a través de sus
síntomas
Hoy en día vemos cómo los niños se manifiestan, y
nos están hablando, a través de sus crisis manifestadas en síntomas como malos
comportamientos, rebeldía, agresión, hiperactividad, apatía, aburrimiento.
Estos son síntomas de una enfermedad en su campo emocional-espiritual; si estos
síntomas persisten y dejan de ser atendidos y solucionados desde la real
causa, el niño incluso llega a enfermar en su cuerpo físico.
¿Y qué hacemos nosotros ante estos síntomas? Aquí
nuevamente filtramos lo que vemos desde nuestros patrones heredados de nuestra
infancia y cultura: ante la aparición de un síntoma, lo primero que surge es el
rechazo. En vez de intentar comprenderlo y aprovecharlo para conocernos aún más
y conocer aún más las reales necesidades del niño, los queremos evitar como
sea.
En este caso se ve al niño como el portador y
responsable de un problema. Es un niño rebelde o destructivo porque sí, porque
le gusta ser así… Este problema debe ser solucionado abordando al niño con
herramientas pedagógicas y psicológicas; y si perdura el conflicto, puede
incluso llegarse a medicar al niño.
Si se llega a la instancia de utilizar medicación
alopática deben saber que solo se apacigua o suprime dicho síntoma. En realidad
de esa manera nunca se resuelve el verdadero conflicto. Este aflorará de
nuevo por el mismo u otro sitio, o buscará otras maneras de expresarse, y
muchas veces lo hará con más intensidad.
Esta forma de reacción se ve en la medicina actual
pero también se distingue en muchas escuelas de hoy cuando evalúan y catalogan
a los niños como enfermos o problemáticos sin tener en cuenta qué podrán estar
diciéndonos más allá de lo que en la superficialidad se ve.
Los síntomas en los niños hablan de un malestar
interior. Nos dicen que al niño, en su interioridad, le falta algo, no se
siente o no está completo.
Los niños no nos permiten estancarnos en
situaciones involutivas, insanas, inarmónicas. Ellos constantemente nos
mostrarán, siendo un espejo, aquellos lugares donde estamos impidiendo el
crecimiento. Tanto en la familia como en el sistema educativo o de salud, la
sociedad en general tiene la posibilidad de evolucionar de la mano de las crisis
que los niños HOY nos están mostrando.
Esta evolución se dará siempre y cuando intentes
descifrar el real motivo de las crisis, y desde allí, se produzcan cambios
genuinos.
Por dónde se empieza
Se empieza por reconocer que lo que estamos viendo
es la superficie, que nos resta ver la profundidad. Sin obnubilarnos con la
forma, tratamos de ver el contenido de ella. En la práctica sería: ante un
comportamiento insano, despersonalizarlo del niño. Es decir, considerar que
este nos está hablando de algo más que no puede verbalizar o manifestar de una
forma más sana. Entonces aquí buscamos la causa posible y abordamos dicha
causa, y no el síntoma.
Usamos el cambio de
estrategias de aquello que lleva al niño a ser de determinada manera,
para que como consecuencia, esto le proporcione la armonía que antes le había
quitado.
Resumiendo, el niño está manifestando los síntomas
de un mal funcionamiento de una parte de su vida que lo afecta en su totalidad.
Nos avisa que hay algo que le FALTA, y que volverá a la armonía solo si eso que
falta es incorporado y equilibrado. Y para incorporar lo que falta, hay que
mover lo que hay, hay que cambiar prioridades, soltar cosas viejas, agregar
cosas nuevas. En definitiva, los niños nos obligan o nos invitan a cambiar
nuestro estado de conciencia y la vida que llevamos a raíz de ello.
Abrazos
fraternales
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