viernes, 17 de julio de 2009

El camino del dolor y del amor

Cuando los caminos se truncan, cuando las respuestas no llegan, cuando las predicciones fallan, cuando la vida parece marchitarse y carecer de sentido, una pregunta retumba, implacablemente, en todo nuestro ser: ¿y ahora qué?

No pierdas la calma, eterno peregrino. Nuevos aprendizajes acuden a tu encuentro. Abre tu corazón. Date el permiso de asimilar las enseñanzas. No existen los errores. Eres movilizado, con suma maestría, para que no te duermas y fluyas con la existencia.

Todo sucede en el momento exacto y del modo que más se ajusta a nuestro crecimiento personal. La sincronía es perfecta. Si miramos a través de nuestros deseos, expectativas o ilusiones, puede que los resultados parezcan negativos, crueles o injustos. Ese es un problema que atañe a la personalidad. El espíritu no juega al pobre de mí, simplemente agradece la sabiduría de vida que contiene cada experiencia.

Podemos llorar y maldecir, podemos lamentarnos y creernos desgraciados. Nadie puede quitarnos el derecho a sentirnos víctimas y estamparnos contra el pozo de la amargura y la desesperanza. Las enseñanzas son pacientes. Saben que llegaron a nuestras vidas movilizadas por el amor y el ferviente impulso de ayudarnos a crecer, para que trascendamos las barreras de la ignorancia.

Está en nosotros ver más allá de lo aparente. Tenemos la habilidad de resignificar la realidad y leer entre líneas. Podemos elevarnos o dar vueltas en espirales descendentes. La elección es interna. El camino del dolor y el del amor enseñan por igual, la diferencia está en la sangre que se derrama.

Llegó el instante de comenzar a movernos de manera consciente. Debemos fluir, en vez de resistir. Nuevas puertas se abrirán si dejamos de sentirnos desdichados y aprendemos las lecciones. Nuestra vida ganará en profundidad. Elegimos despertar. Nacimos, en nuestro libre albedrío, a una dimensión más sutil y encantadora. Sólo debemos recordar que siempre es más fácil comprender las enseñanzas si abrimos nuestro corazón hacia la luz.

Aunque pueda parecerte extraño, este mensaje te pertenece. Me lo entregaste, donde no llegan las ataduras del tiempo, cuando jugamos a que vivíamos en la Tierra y te pregunté, abrumado por los problemas, sin aparente solución: ¿y ahora qué? Guardé tu respuesta en mi alma. Intuí que si pasábamos por la experiencia física, podríamos necesitarla para volver a sonreír y continuar disfrutando.

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