por Emmet Fox
(1886-1951)
Descuida tu salud por completo. Cuida bien a tu perro, a tu caballo y a tu automóvil, pero tu cuerpo no es importante.
Arma una alharaca acerca de tu salud todo el tiempo. No pienses en nada más. Lleva contigo un termómetro y tómate la temperatura y el pulso cada tres horas. Con toda seguridad, esta clase de comportamiento destruirá la complexión que sea.
Emociónate y excítate hasta por las ocurrencias más banales, especialmente si no tienen nada que ver contigo.
Come y bebe indiscriminadamente todo lo que venga. De todas maneras, tu estómago no es más que un sumidero, y al estar hecho de hierro colado, aguantará lo que sea.
Reduce tus horas de sueño. Esta es una manera excelente de minar el sistema nervioso.
Nunca te relajes. Eso le daría al cuerpo la oportunidad de recuperarse.
Respira en espasmos llanos e irregulares. La respiración profunda y rítmica renueva todo el organismo.
Se tan crítico como puedas de otras personas, y, de ser posible, trata de sentirte malo y resentido. Esto será muy útil.
Lee tanto como puedas acerca de enfermedades y dolencias en general. Tu biblioteca pública tiene muchos libros sobre este tema.
Discute tus propias dolencias en gran detalle y, si alguna vez te operan, no pierdas la oportunidad, cada vez que puedas, de dar pequeñas conferencias dramáticas al respecto.
Desprecia tu cuerpo, o, mejor aún, pretende que no tienes uno del todo. Dice la Biblia que tu cuerpo es el Templo del Espíritu Santo, e ir contra la Biblia siempre es un buen atajo a los problemas.
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