El diálogo desata los nudos, disipa las suspicacias, abre las puertas, soluciona los conflictos, engrandece la persona, es vínculo de unidad y "madre" de la fraternidad.
Comprendamos que nuestras desinteligencias se deben, casi siempre, a la falta de diálogo.
Comprendamos que el diálogo no es una discusión ni un debate de ideas, sino una búsqueda de la verdad entre dos o más personas.
Comprendamos que mutuamente nos necesitamos y nos complementamos porque tenemos para dar y necesitamos recibir, ya que yo puedo ver lo que los otros no ven y ellos pueden ver lo que yo no veo.
Cuando aparezca la tensión, tengamos la humildad para no querer imponer nuestra verdad atacando la verdad del hermano; de saber esperar a que el otro acabe de expresar por completo su verdad.
Tengamos sabiduría para comprender que ningún ser humano es capaz de captar enteramente la verdad toda, y que no existe error o desatino que no tenga alguna parte de verdad.
Tengamos sensatez para reconocer que tambien yo puedo estar equivocado en algún aspecto de la verdad, y para dejarme enriquecer con la verdad del otro.
Tengamos, en fin, la generosidad para pensar que también el otro busca honestamente la verdad, y para mirar sin prejuicios y con benevolencia las opiniones ajenas.
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