Dicen los científicos que el universo es neutro compuesto por materia, luz y energía. Los supersticiosos susurran que el universo es peligroso, lleno de fuerzas incontrolables y tenebrosas, en cambio dicen los místicos que el universo es benéfico aunque no comprendamos sus últimas finalidades. ¿A quién creer?
En todo caso nosotros le damos realidad al universo con nuestra fe y con nuestra esperanza. Recogemos, por tanto, aquello que sembramos. Sin duda, vivimos en nuestro pequeño universo en connivencia con ese otro gran universo. Todo depende del juego al que queramos jugar. Juguemos pues, y una de las reglas del juego es que el contagio se da por doquier. La materia contagia sus vibraciones, y el alma sus esperanzas y sus sueños. Con todo esto el destino teje una trama.
Si cada situación que nos trae el destino posibilita un encuentro y una comprensión quizá podamos insinuar que el universo conspira para que seamos felices. Y esa conspiración nace y acaba en el amor pues no hay fuerza más potente que sea capaz de anidar estrellas y de estrechar seres. El descubrimiento del alma es la comprensión de que ésta vive por amor y que su sino es la disolución en un mar de bienaventuranza. Sat-chit-ananda es esa cualidad del ser consciente lleno de beatitud.
Pero como amor es una palabra demasiado prostituida quizás es interesante hablar de un abanico de expresiones amorosas que van desde la escucha al reconocimiento, desde el perdón a la compasión entendida como esa capacidad de colocarse en la piel del otro y entender; sin necesidad de compadecerse o mortificarse, el sufrimiento del otro.
Si supiéramos que toda la farsa que pudiera haber en nuestra historia, toda la elaboración de personajes de vida y estrategias de relaciones esconden en el fondo una carencia de amor, nos daríamos cuenta que el amor es un destino al cual no podemos dejar de ir. Desangelados por la vida no somos conscientes que lo que buscamos de veras es un verdadero abrazo donde dejarnos ser. Y no nos damos abrazos porque no sabemos, porque es tabú, porque rompe las formas sociales, pero es que a amar se aprende amando, y amando se hace un camino de vida. El yo teme al amor porque el amor es la disolución de toda frontera entre dos aparentes identidades, el amor es el recuerdo de que en esencia somos uno y esto desde la perspectiva de una estructura de personalidad rígida puede ser aterrador.
Es posible que no haya amor sin sufrimiento pero también, no lo olvidemos, el amor es alegría y celebración, gozo y consuelo.
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Flor Miriam
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